El asunto adquirió un extraño derrotero, básicamente porque el jurel en tarro era barato y abundante. Se transformó en el preferido de las clases populares, quienes le empezaron a llamar “Salmón”. Las “canastas navideñas” que entregaban a los trabajadores siempre incluían un tarro de jurel, junto con una caja de vino. La clase media, en tanto, consumía el jurel cuando estaba apretada de fondos y parece que siempre lo hizo con vergüenza. Las niñas más pituquitas no querían por ningún motivo el jurel en su mesa y el aroma fuerte del jurel se les hacía el olor de la pobreza. La denominación de Salmón era un eufemismo que ocultaba al jurel. Apareció otro eufemismo que aún se mantiene: pescado. También se ha usado llamarle atún. El eufemismo salmón, en tanto, sufrió un duro golpe. En los 90, con la discusión que pretendía averiguar si Chile era jaguar, tigre o gato, la frase “jurel tipo salmón” se convirtió en el símbolo de los ocultamientos nacionales. Incluso se escribió un libro (levemente irónico, es decir, un libro de ironías clichés) que tuvo excelentes ventas. Hasta que la autoridad prohibió la utilización de la frase en el tarro.
Por mi parte considero que el jurel es un pescado muy noble, que ha sido parte de mi dieta básica de toda la vida. Con un tarro de jurel (300 pesos en mis épocas de estudiante) me alcanzaba para almorzar, tomar once y cenar. Por eso el otro día quedé impactado cuando compré uno en el supermercado: casi mil pesos cuesta actualmente un tarro, viene en una linda etiqueta azul, donde sale una niña con cara de cuica. Ahora el jurel es mucho más escaso debido a la pesca de arrastre de los consorcios pesqueros. La niña cuica en la etiqueta me hace pensar de inmediato en la cenicienta. El jurel es un pescado cenicienta. Sin embargo, todavía la clase media tiene temor de llamarle jurel al jurel. Si no me creen pregunten.