lunes, 14 de julio de 2008

Territorio Snob: una crónica "sentimental"

Una de mis actividades es caminar. Es como que no me queda otra en las actuales circunstancias. Si quiero socializar con la gente, lo mejor es caminar. Mirar a los que van por la calle y sentir que, por un momento, los conozco a todos. Ya sabes como es eso. Los que lean esto casi seguro que ya lo habrán experimentado alguna vez.

Era un domingo como tantos. No recuerdo demasiado bien las circunstancias, lo mas seguro es que estuviera volado. Salí a la calle y caminé medio como un zombie, hasta el barrio Lastarria que, en el último tiempo, se me ha transformado en una especie de fetiche, si es que es posible traspasar características de objetos a trozos enteros de ciudad.

Me acordé de un amigo que trabaja en un “café literario” del lugar. Lo fui a ver. Se trataba de un local bastante afrancesado. Demasiado, tal vez. Con gente bien cuica haciendo cosas como conversar de arte, viajes exóticos y payasadas semejantes. Me fui directo al sector lectura. Mi amigo no estaba. Había otro tipo. Un chascón con aspecto no muy dado a la conversa. Leía con desesperación un libro, como si al otro día le fueran a tomar una interrogación oral. Así que me dediqué a la lectura también, y a beber un jugo.

Estuve bastante rato en ese ambiente refinado y al cabo de un rato yo mismo me sentía un burgués hecho y derecho. Pasé al baño y me miré en el espejo. Se me quitó de inmediato esa fantasía.

Cuando ya había leído mi cuota, salí a la calle. Caminé sin parar en dirección al centro. A medida que avanzaba la refinación era salpicada por puntitos de miseria y, finalmente, los puntitos crecían de tal manera que todo era segmento D y E, según CASEN. El peor de los momentos fue cuando, en una esquina, me tocó ver a un niño (no debe haber tenido mas de tres años) siendo asustado por unos pendejos de 10 o 12 años. La escena no era nada de agradable. Los pendejos simulaban pegarle patadas y luego se reían de él. Esas patadas iban dirigidas a su cara y se desviaban en el instante final, para terminar por golpear una cortina metálica. Tenían la tremenda bulla. Ponían al pendejo contra la muralla la cortina y continuaban el fusilamiento. El toque freak lo daba el maquillaje de los cabros más grandes: eran payasos de micro. Pensé en intervenir, pero se me adelantó un flaite. Eso para que no anden diciendo que los flaites merecen ser eliminados.

De pronto me acordé de los tipos que tomaban té con pastelitos en el café literario, con sus minitas rubias al lado. O esos viejos con aspecto de encumbradísimos e influyentes académicos. Seguro se imaginaban en una calle de París. Y luego tomarían sus cosas y partirían a sus casas en el mismo Lastarria, o en otro lugar, de mejor nivel aún, que implicaba viajar hacia arriba, hacia el sector ABC1, según CASEN. Pero jamás llegarían hasta San Antonio para ver esta escena. Después pensé que esa escena estaba reservada solo a mí, capaz de pasar de “disfrazado de burgués” a la realidad, capaz de cruzar esta especie de puerta. Después me acordé de ese programa de la tele “Bienvenida realidad”. Un programa que jamás va a mostrar la realidad tal como es. Y lo peor de todo: la gente pobre ve esos programas pensando que son problemas terribles e insolubles, y sufren por ellos, y quizá lloran, pero jamás se acordarán de sus propios problemas o los del vecino, que son infinitamente peores. Todo eso pensé hasta subirme a la micro que me llevaría a mi casa. La micro iba llena de gente “de escasos recursos” que trabajaba los domingos, cansados, tristes, apagados y cuya única felicidad era comprar un “cubanito” o una sustancia o un maní, cualquier cosa que fuera el símbolo de la felicidad.

1 comentario:

hipoceronte dijo...

No iba a escribir, pq en realidad no puedo aportar nada. pero igual me di el tiempo pa decir que encontré muy bueno el texto. Me acordé de unas cosas de baudelaire en el Spleen de Paris.

Igual pienso que todas las escenas están hechas para todos. pero tal vez lo que vuelve maldito a algunos es no aprender a ignorar esas cosas. Tal vez los cuiquitos han sido los mas inteligentes. Aunque obviamente la inteligencia es la itad de los talentos que uno debde usar para vivir, la otra mitad es el sentir. Tal vez ahí está toda la paradoja.