viernes, 5 de septiembre de 2008

La lógica de la Invasión

En la lucha diaria (de los países) las cosas ocurren, muchas veces, debido a cuestiones que tienen que ver con la invasión. Algunos países invaden a otros. Y los países invadidos, por supuesto, no desaparecen del todo. Se quedan viviendo, o conviviendo, con el enemigo poderoso que fue capaz de quedarse con ese pedazo de tierra. Empieza a darse una forma de cohabitación que puede calificarse de dañina. Hay guerra de guerrillas a diario, y la guerra de guerrillas se nota en pequeños o grandes detalles dependiendo de cada región. Un lugar donde la invasión adquirió tintes un tanto crueles fue en Sudáfrica. Los blancos, los invasores, relegaron a los negros a una situación de semiesclavitud. El sistema implantado trataba de evitar “la cruza racial” a toda costa. Así de extremo era el temor de los blancos a perder el poder.

En Sudamérica se han adoptado formas más o menos solapadas de invasión dependiendo de las épocas históricas. En Chile, durante la colonia, se tenía un pueblo (los mapuches) que resistían férreamente al invasor. En las urbes, en tanto, el poder europeo era repartido entre los europeos. Los indios sometidos (de la zona central) rápidamente desaparecen y son reemplazados por los mestizos. Los mestizos en general no llegan al poder salvo que al blanco no le quede más opción. Rápidamente aparece una clase dirigente (al estilo europeo, constituida por funcionarios que habían pasado o una época en la península o en el virreinato) y una clase trabajadora que asume la carga de trabajo que requería el funcionamiento del sistema impuesto. Se ha hablado de la encomienda como un sistema feudal, aunque tiene algunos “toques” que le hacen una variedad diferente.

Toda sociedad que surge de una “lógica de invasión” tiende a la repartición del poder en términos raciales. Es lo que ocurrió luego de la invasión de los arios al norte de la india. El crudo sistema de castas, con los parias convertidos en intocables, proviene también de ella. En Bolivia también lo fue y “el primer presidente indio” que es Evo constituye un caso llamativo por eso mismo. En Chile, por su parte, no hay que ser muy suspicaz para notar que al abrir la sección economía y negocios de cualquier diario los apellidos no tienen nada que ver con el chileno promedio. Y el aspecto físico tampoco. Tampoco la estatura promedio de los poderosos del país tienen que ver con la del chileno promedio. Seamos directos: el que inicialmente fuera “el invasor de la nueva extremadura” se ha transformado, por las intrincadas marañas del proceso histórico, en un integrante de la clase dirigente. Los castellanos-vascos, los israelíes, ingleses, franceses, italianos, etc todos ellos tienen ahora el poder en Chile. En alguna época ellos no se consideraban chilenos: recuerdo un senador del periodo parlamentario que pretendía “vender todo” a alguna potencia europea para “comprar algo más chico en Europa”.

Vayamos ahora más abajo en el escalafón social. Los que están abajo son hijos de los invadidos. Por lo tanto es natural (desde un punto de vista de los procesos históricos) el sentimiento de revanchismo que surge. Y siempre dentro de los “de abajo”, dentro de los parias, surgen radicales que llevan a cabo la revancha. Por supuesto, el sistema tiene sus deseos, y dentro de ellos se encuentran “la estabilidad” y “la paz”. Los procesos violentos o radicales son reprimidos con dureza en aras de la paz.

Con esto no me refiero solamente al sujeto con formación política formal o semi formal. El delincuente común y corriente, el delincuente flaite, aquel que roba y se gasta lo obtenido en la farra, pues ese está diciendo “yo quiero eso que nadie me regala” o utilizando una expresión oída por allí: “no se gana como robando”.

martes, 2 de septiembre de 2008

Pasarse películas

La expresión “pasarse películas” es antigua. Se trata de una variante de esta otra: “pasarse rollos”. Eso de pasarse películas era una expresión flaite en los ochenta, incluso hasta mediados de los noventa. Pero resulta que el nuevo panelista de “Tolerancia Cero” (un piñerista de apellido Morandé) dice que “no hay que pasarse películas”. Es curioso como las expresiones flaites tienen, en Chile, una escalada rápida. Los flaites, por su parte, no gozan de la misma movilidad social. Ellos se quedan donde están y donde siempre estarán según indican los estudios acerca de la pobreza.

¿Qué significa pasarse películas? Tiene dos variantes. En una de ellas se indica que pasarse películas vendría a ser una especie de exceso de imaginación del sujeto, de tal forma que imagina cosas que “podrían suceder”. Si la imagen es demasiado florida y llena de detalles pues se trata de alguien que “se pasa películas”.

Pero hay otra acepción, que actualmente la utilizan los de más baja condición social, los que uno vendría a calificar de flaites “auténticos”. Se refiere a un exceso de imaginación pero asociada al poder. Por lo tanto el que se pasa películas sería un tipo que trata de abusar de otro, o trata de mostrarse superior al otro por algún mecanismo. Vendría a ser un análogo a “pasarse de listo” o “creerse muy vivo”. Para decirle a otro, de manera “chora”, que con él no se tiene futuro en los abusos se le dice “¡que te vení a pasarte películas conmigo!”, y con eso la discusión debería quedar medianamente zanjada.

Dentro de los personajes del hampa, o la del barrio, está uno que sobresale. Se trata del choro. Un sujeto que quiere mostrarse superior a todos a fuerza de utilizar expresiones (orales y gestuales) que intimiden. El choro, por lo tanto, se “pasa películas” con todos, pero si es un choro auténtico debería resultarle fácil este deseo de intimidar, y por lo tanto nadie se atrevería a decirle “¿qué te vení a pasarte películas conmigo?”. Ël que le diga eso al choro auténtico, pues a ese le va mal. Pero el choro parece ser un personaje en decadencia o en franca retirada.