martes, 24 de junio de 2008

La degradación del lenguaje

Ya se sabe (se comprueba todos los días) que los lenguajes no son estables. Evolucionan. Mutan, decaen, etc. La pregunta que quiero desarrollar es ¿se degradan los lenguajes? En términos estrictamente platónicos, el lenguaje es un objeto del mundo de las ideas, por lo tanto no puede decaer, al menos en esa teoría. Es como decir que la idea de triángulo puede degradarse con el tiempo. Pero el platonismo no es necesariamente la teoría correcta. O, para no ser tan lapidario, digamos mejor que se intentará indagar por otras sendas. Es obvio porqué: el platonismo da una respuesta demasiado trivial a la cuestión.

Se sabe también (es posible creerlo más bien) que el lenguaje es una actividad cuyo origen está en la mente del hombre. Y la mente del hombre tiene restricciones dadas por las leyes de la física. Una de las mas importantes restricciones tiene que ver con la segunda ley de la termodinámica: la entropía crece siempre lo que, en otras palabras, señala que todo proceso de irreversible. El proceso de almacenar una palabra en el cerebro (“la mente”, diría Maturana) es un proceso irreversible. Recordarlo para luego pronunciarlo también lo es. Es este origen irreversible lo que genera que, de una generación a otra, el lenguaje vaya mutando y cambiando en su uso, en su estructura y en la pronunciación de sus letras. Pero cabe señalar un hecho curioso: la degradación de un idioma (que no es más que un estado particular de la lengua) produce la desaparición de ese momento particular pero conduce a la aparición de otros. Y da la impresión que en la degradación hay, además, un proceso creativo. Hay una especie de “vuelta al caos” para, desde ese caos, generar (como en una sopa primordial) nuevas palabras. Sin duda que el proceso creativo y regenerativo requiere una cierta energía, un cierto gasto por parte de la comunidad de hablantes y hasta ahora el mecanismo más efectivo parece ser el traspaso de “lo hablado” a lo “signado” de manera gráfica. Un ejemplo relativamente claro se ve en el latín. Idioma que se “degradó” según la opinión de los hombres de la edad media, en idiomas de diversa índole, plagados de barbarismos: el habla de la hispania o las galias o el idioma de los dacios. Los intelectuales de la época no se resignaban a esta degradación y establecieron que el idioma que debía fijarse en papel era el latín. De esta manera se transformó en algo que no sufrió degradación, al menos en el papel, al nivel de los hablantes reales se transformó en una pieza de museo, al punto de que hoy no sabemos “exactamente” como se pronunciaba el latín. El renacimiento trajo el deseo de fijar los “latines degradados por los hablantes reales” (es decir, las lenguas nacionales) y empiezan a surgir las diversas literaturas europeas. Se trata de una evidente actitud constructiva, creadora, muy ajena a la imagen mental que se tiene de la degradación. Podemos recordar aquí casos más antiguos, degradados para siempre: el protoindoeuropeo jamás se fijó en papel y su verdadera vitalidad se ha perdido.

Puedo recordar aquí una observación de Saussure al respecto: No hay idioma más antiguo que otro, puesto que los idiomas son una completa continuidad y por lo tanto perviven de manera transformada. Esa continuidad no se contradice con una cierta degradación, al menos en términos sincrónicos: algunas formas de habla se hallan sin duda en un nivel más bajo que otras, en el sentido que son menos capaces de expresar ideas, mas limitados en su alcance. Distinto es el caso de pueblos que practican el uso constante del lenguaje, como lo fueron los españoles en el siglo de oro. Alguien dirá ¿no serán los pueblos los degradados? Yo respondería que si, y que la resultante degradación de la lengua es un síntoma de degradación de los pueblos. La disminución de vocablos por parte de algunos chilenos, respecto del número de palabras que pudiese manejar un profesional promedio, sería un indicador de esta degradación. Esta sería la situación del “pobre” o “de los segmentos C3, D y E” o, de manera más simple, del “flaite”.
Aunque es bueno recalcarlo: la categoría de flaite es simple, casi una palabra comodín, y su simpleza revela también la escasez de vocablos de quien la emite.

martes, 10 de junio de 2008

La real academia de la lengua flaite

La verdad es que los idiomas evolucionan. La verdad es que los españoles no dejan que los idiomas evolucionen. Porque si los dejan tranquilitos en su diacronía, los idiomas van a dejar de ser “español” para transformarse en una cosa gutural, demasiado contaminada por expresiones indias. ¡Que atroz! Por eso la RAE mantiene la tiranía y dicta los usos idiomáticos. Los profesores de “castellano” por su parte, totalmente concientizados por la maquinaria de lavado de cerebro que posee el departamento de lavado de cerebro de la RAE, no hacen más que inculcar a los cabros chicos que “hablen bien”. Lo que significa que “ustedes hablan mal, el idioma de su barrio está mal, la forma en que hablan sus padres está mal, y porque están mal los vamos a corregir. Porque nosotros estamos bien”. Pero lo que la RAE no se acuerda ( o prefiere no acordarse) que Cervantes, el creador del español moderno, era también un flaite y un ordinario que hablaba pésimo. Así hasta el infinito.

Lo único que queda es defenderse de tanto dictado del norte. Para hacerlo, que mejor que la fundación de la RAF: La real academia flaite. Una academia que realmente halla leído todo Saussure y no solo la empezada.

martes, 3 de junio de 2008

El Flaite

El flaite es un personaje que habita una zona un poco oscura de la conciencia del Santiaguino promedio. El santiaguino promedio piensa en un delincuente cuando piensa en un flaite. Un tipo que puede ser una pesadilla. Otros, más arribistas, convierten en sinónimos las palabras flaite y pobre. Pero la palabra, como todas las palabras en todos los idiomas, ha sufrido mutaciones con el paso de los tiempos. Las palabras, en ciertos sectores y ghettos de la ciudad de Santiago poseen una evolución muy rápida.

Según Hernán Millas, la palabra flaite proviene de la palabra “falte”, antigua, de mucho uso hasta la década del 20. El “falte” era una especie de vendedor ambulante que iba de pueblo en pueblo (en aquella época La Florida y Maipú eran pueblos rurales que quedaban “cerca” de Santiago) vendiendo de todo, es decir, “lo que falte”. A mi este hecho me parece asombroso. La palabra para designar a un tipo de vendedor ambulante pasó a ser la palabra para designar a un delincuente. ¿Son flaites o son faltes nuestros actuales vendedores ambulantes, los del bandejón? La respuesta es que en algunos casos con ambas cosas, pero no siempre. O más bien, casi nunca.

Otro dato curioso al respecto: muchas fortunas nacionales surgieron de manos “faltes”. Sobre todo las fortunas de origen palestino. Es decir, algunos millonarios tuvieron que sobrevivir, yendo de pueblo en pueblo, vendiendo objetos del estilo peinetas, hilo, agujas, novedades del año, juguetes pal regalón y demases. Cada tanto a los alcaldes les da por reprimir con dureza a los vendedores ambulantes o a los vendedores de las micros. Yo me pregunto por qué las fortunas de origen árabe no alzan la voz para defender un oficio fundacional dentro de sus clanes. Me estoy refiriendo a los Said, a los Hites, a los Hales, etc. Quizá quieran evitar un brusco aumento de millonarios que obligue a compartir el poder. No se me ocurre otra explicación ante esta falta de caballerosidad.