viernes, 26 de diciembre de 2008

Crónica jureliana: una historia del jurel

El jurel posee, en Chile, una historia notable que alguien más letrado que yo debiera alguna vez sacar adelante. De todas formas haré un intento somero. Dicen que antiguamente el jurel no se consideraba para consumo humano y que solo se le destinaba para fabricar harina de pescado. Alguna empresa (quizá San José) se le ocurrió, a finales de los sesenta, envasarlo en lata. Como en aquella época el único pescado que se enlataba cocido a altas temperaturas era el Salmon, se le colocó una etiqueta que ahora se ha vuelto célebre: Jurel tipo Salmón. Y cuyo significado era: Jurel envasado y tratado al modo del salmón.

El asunto adquirió un extraño derrotero, básicamente porque el jurel en tarro era barato y abundante. Se transformó en el preferido de las clases populares, quienes le empezaron a llamar “Salmón”. Las “canastas navideñas” que entregaban a los trabajadores siempre incluían un tarro de jurel, junto con una caja de vino. La clase media, en tanto, consumía el jurel cuando estaba apretada de fondos y parece que siempre lo hizo con vergüenza. Las niñas más pituquitas no querían por ningún motivo el jurel en su mesa y el aroma fuerte del jurel se les hacía el olor de la pobreza. La denominación de Salmón era un eufemismo que ocultaba al jurel. Apareció otro eufemismo que aún se mantiene: pescado. También se ha usado llamarle atún. El eufemismo salmón, en tanto, sufrió un duro golpe. En los 90, con la discusión que pretendía averiguar si Chile era jaguar, tigre o gato, la frase “jurel tipo salmón” se convirtió en el símbolo de los ocultamientos nacionales. Incluso se escribió un libro (levemente irónico, es decir, un libro de ironías clichés) que tuvo excelentes ventas. Hasta que la autoridad prohibió la utilización de la frase en el tarro.

Por mi parte considero que el jurel es un pescado muy noble, que ha sido parte de mi dieta básica de toda la vida. Con un tarro de jurel (300 pesos en mis épocas de estudiante) me alcanzaba para almorzar, tomar once y cenar. Por eso el otro día quedé impactado cuando compré uno en el supermercado: casi mil pesos cuesta actualmente un tarro, viene en una linda etiqueta azul, donde sale una niña con cara de cuica. Ahora el jurel es mucho más escaso debido a la pesca de arrastre de los consorcios pesqueros. La niña cuica en la etiqueta me hace pensar de inmediato en la cenicienta. El jurel es un pescado cenicienta. Sin embargo, todavía la clase media tiene temor de llamarle jurel al jurel. Si no me creen pregunten.

martes, 9 de diciembre de 2008

Las imágenes de la violencia

Hace un buen tiempo que la televisión nos acostumbró a la visión de imágenes violentas. Son imágenes que, por lo menos, son mostradas en todos los noticiarios y, curiosamente, antes de la sección deportes. Alguien pensaría que se está intentando aumentar la testosterona del telespectador. Yo creo en esa paranoia. Estudios serios indican que grandes niveles de testosterona en la sangre implican mayor nivel de agresividad. De esta forma, el mayor nivel de testosterona se presenta en los delincuentes y el más bajo en los oficinistas. Los mismos estudios serios indican que la testosterona aumenta mucho cuando el telespectador ve un partido de fútbol o imágenes de violencia por la telepantalla. Hay mucha adrenalina también circulando en el cuerpo del telespectador.

Cuando digo que la televisión nos acostumbró a la violencia, estoy diciendo que nos volvió adictos al cóctel hormonal que trae aparejada la visión de la violencia. El ejemplo que cito se refiere a la “crónica roja” que nos alerta ante los delitos más horrendos que se suceden uno tras otro en nuestra pantalla. En la calle no ocurren con regularidad, bueno es decirlo. Pero el tele-adicto sale a la calle convencido de “que le va a pasar algo” y toda la testosterona que tenía frente a la tele se le reduce a cero porque sale cagado de susto. Anda saltón por la calle, por culpa de las leseras que ve por la tele. Eso salvo para los verdaderos delincuentes que se alimentan no solo de violencia televisiva sino también de violencia real. Una violencia real que han creado bajo la inspiración de la tele. Hace poco me todo hacer un viajecillo a un sector periférico de la ciudad de Santiago (Sin City, como le llaman algunos, otra inspiración “visual”). Me senté en el último asiento. Pronto comprendí que todos los que me rodeaban se dedicaban al delito como fuente de ingresos. Y sus comentarios eran espeluznantes. Decían cosas como “y si la vieja se pone cuática, sacamos una motosierra y le cortamos la mano, ¿te imaginai como saltaría la sangre? Ja ja ja”. Por supuesto, yo nunca he visto a un lanza cogoteando con una motosierra. Es más, una motosierra es un aparato bastante caro, difícil de manejar y no muy corriente. Salvo en la televisión, donde la motosierra fue el arma más impactante de “Alguien te mira”, la ultima pasta base que le tiraron a los teleadictos de chile.

Otro ejemplo, un poco más manoseado: en la Isla de Pascua no había delitos, ni uno solo, hasta que la televisión llegó a la isla. Por supuesto, los asaltantes pascuences eran bastante inofensivos, unos pocos tipos que se roban la plata de una panadería, cosas así. Pero eso motivó la construcción de la primera “cárcel” de la isla, porque la “delincuencia” había llegado. No hay que asustarse demasiado: la cárcel pascuence es tan inofensiva como sus delitos. Pero de todas maneras, sirve para entender que la génesis de mucha delincuencia es la idealización del delito, como una actividad emocionante, que te puede llevar a aparecer en pantalla. Un ejemplo clarísimo son las películas de vaqueros. ¿Qué niño no quiso ser un forajido después de ver una película del far west? ¿Qué niño no quiso asaltar la diligencia y partir con el oro hacia nuevo México? Por supuesto, todos los niños del mundo. A los “niños” de las poblaciones les pasa lo mismo: quieren ser pistoleros. Con la gran diferencia que tienen la posibilidad cierta de ser lograrlo.

¿Más imágenes de violencia? Están por todas partes. En los videojuegos, en el cine, en los reportajes, en el deporte, en Hollywood, en la guerra de Irak, en los apaleos de Birmania.
Por todo lo anterior, (una parrafada desordenada, sin duda) es absolutamente comprensible que un adolescente salga a la calle un 11 a disparar a aquello que es la imagen viva de la maldad sistémica: un paco. No es que se quiera matar al tipo, es decir, no hay representación mental de la muerte del tipo. Solo el placer de disparar a un grupo de verdes que se hallan rodeados e indefensos. Porque siendo honestos ¿alguien ha hecho noticia de lo indefensos que estaban los pacos esa noche? Con cascos de acrílico los mandaron a la calle, una idiotez, las balas los atraviesan sin ofrecer resistencia. Las imágenes de la violencia de esa noche (yo las vi por Mega) los mostraban con bastante cara de susto. El carabinero muerto, en particular (no quiero burlarme del tipo, pero si ser realista) era sin duda el más asustado, eso mostraba su cara. Estaba apartado del grupo, solo, y parapetado detrás de un bloque. Al parecer se había acobardado. No era para menos.

¿Y quien es responsable de todo lo que indico en mi parrafada desordenada?. Los bien pensantes le echan la culpa al poblador, como siempre. Pero los bien pensantes harían bien en mirarse al espejo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El arribismo y su traición fundamental

El arribismo se olvida de una cosa fundamental: del respeto por su pasado. Porque el arribista desea entrar como sea a una clase que no es la suya. A una clase que posee más poder. En ese camino debe, muchas veces o la mayor parte del tiempo, disfrazarse y fingir que posee los mismos odios que su nuevo “grupo”. Para no pasar desapercibido odia más que todos. Le ha perdido completamente el respeto a su pasado.