viernes, 25 de julio de 2008

Un flaite que escala socialmente y se transforma en accionista Mayoritario


Disculpen la molestia, señores pasajeros, me he subido a esta máquina con el permiso del señor conductor, para contarles mi caso. Yo era empresario de éxito. Lo tuve durante mucho tiempo. Partí con poco dinero, unos ahorros que invertí en la bolsa. El capital inicial lo conseguí vendiendo chocopanda en la Alameda. Tal vez ustedes mismos me vieron alguna vez trabajando en la locomoción. Al principio me miraron como a un bicho raro, cuando fui con mi caja de helados a la calle Nueva York, para hablar por primera vez con una oficina de corretajes. Tuve suerte. Junté mucho dinero, me compré ropa elegante, mejoré mi dicción con unos cursos que me dio un amigo avecindado en Apoquindo. Me convertí en el accionista mayoritario de Condimentos La Negrita, que con el tiempo se transformó en un holding, dedicado al lucrativo trafico de especias, con participación en muchos países del Asia. Inicié la construcción de mis oficinas centrales en Singapur. Allí mi aspecto de indio no era un defecto, sino un toque exótico.
La vida me sonreía, cambié a la Rosa por una modelo de Play Boy, cambié las pichangas de los domingos por el golf de los sábados. Yo sé que la gente puede desconfiar de lo que cuento, pero ando con la fotocopia de mis balances, mis declaraciones de renta, mis flujos de caja, junto con mi carnet de identidad. Adjunto pagarés reajustables en dólares, bonos neoyorquinos, el comprobante de mis inversiones en el sector eléctrico, fotografías junto a Onassis, a Rockefeller y a Clinton.

Pero vino la crisis asiática. El clima se volvió inestable en el lejano oriente y un huracán echó abajo mi edificio. Mi empresa quebró. En la bolsa, mis acciones cayeron estrepitosamente. Quedé en la calle, perseguido por mis acreedores, por la cana, la Interpol y los perros amaestrados. Me libré con préstamos y cheques a fecha. Ahora debo cubrir con urgencia esos cheques, no me queda mucho plazo. Es por eso que me he atrevido, con el permiso del señor conductor, a subirme a esta micro a pedirles una pequeña colaboración, como sea su voluntad.

martes, 22 de julio de 2008

Teleserie Flaite: Chiquillos de Chuchunco

I

La Meche, una morocha achinadita
y el Pancho, un chacarero chacotero,
echan chistes como chiquillos en su chalet de chuchunco
La meche chacharea echando mucho chamullo
El Pancho cacha de choclos, de lechuga
y de chunchules cachaba.
La Meche y el chacarero chochos con luchito
El luchito es su huacho chico

II

Como a las ocho el chacarero Pancho
Chato de la chacra, de las lechugas y los choclos
Marchó a su chalet
Chiflaba Charagua y cacha al luchito achacao
sin leche y sin chupete
De la meche, ni las chalas ni la chomba ni el echarpe ni el chal.
¡Pichi, pichi!, chillaba el luchito
¡Leche, leche!, chillaba como chancho
No cachaba mucho el chacarero.

III

La Meche cachaba al Nacho,
un choro chamullento y lacho
Chueco como la chépica
La Meche le echó chamullo y le echó cháchara una noche
El Nacho cachó a la morocha pechugona y pachanguera
Y le cuchicheó: Meche échate en la colcha.
Y echemos una cacha.
La Meche le echó champaña al Nacho,
la champaña le chorreo por el buche
El Nacho hinchó el pecho cuando le chuparon la pichula
Y la meche se echaba rush en el choro

IV

En el chalet el chacarero planchaba las pilchas del luchito.
La meche trasnochada y borracha de champaña
se echa al lecho
Y el chacarero escuchó el boche,
desenchufa la plancha
y casi le chanta un charchazo al caracho de la meche.
- ¡Pancho!, no sospechis de tu chiquilla
- No meche, mucho chamullo – y le remacha un charchazo.- echa tus pilchas en una mochila, huacha cachonda.
- No, pancho, no me echis a la noche, hay escarcha.
- No chilles Meche. Chao.
Y el pancho echa una cuchilla en la cartuchera
y marcha a la choza del nacho.
“Nacho conchetumadre”, cuchichea sin mucho boche.
Los muchachos de la cancha de Chuchunco
cacharon que se iban a charquear al Nacho.

jueves, 17 de julio de 2008

Modismos de origen Flaite: No estoy ni ahí

La expresión “no estoy ni ahí” es, actualmente, de amplio uso en todas las capas de la sociedad. Pero en una época era una expresión “de baja extracción”. La clase media se resistía a usarla y recuerdo que mi familia me la prohibió más de una vez. ¿Cuál es su significado? Todo el mundo lo sabe. Se refiere a que algo “no importa nada”. ¿Por qué se volvió una expresión tan exitosa?, ante todo debemos considerar que el pobre debe tener los nervios muy templados para poder sobrevivir. No puede estar desilusionándose cada cinco minutos por niñerías. La cantidad de desgracias y tragedias que le ocurren al pobre promedio es grande, por lo tanto, debe ser capaz de establecer un filtro de lo que ocurre en el mundo. ¿Qué la guagua tiene hambre o frío? Pues que se aguante. Ya sabemos que las guaguas de “clase media” son mucho más mimadas, al menos en lo que atañe a las necesidades básicas. Por lo tanto, para el pobre, el “no tomar en cuenta” las nimiedades de la vida cobra capital importancia. Decir “no importa” no basta para expresarlo. Se requieren nuevas expresiones. Es como el esquimal que tiene decenas de palabras para decir “nieve”. El es capaz de hallar todo un mundo de sutilezas en algo que al occidental o al hombre blanco le parece de una monotonía exasperante. De la misma forma, el pobre puede hallar todo un mundo de sutilezas en la desesperanza. No es lo mismo la desesperanza “por amor”, que la desesperanza porque falta comida o que haga frío o que los niños estén enfermos o la desesperanza por deudas, etc. Cada desesperanza, en principio, debiera tener si no una palabra, al menos una expresión que, debido a su unidad conceptual, viene a representar una palabra completa. Es curioso eso de “no estar ni ahí”. Se refiere a “no estar ni siquiera ahí”. Si tratáramos de hacer un análisis “literal” creeríamos que se refiere a una actitud no-empática con el otro: no estoy ni siquiera en condiciones de ponerme ahí, en el lugar en que estás tú, y eso significa “no importa”. Esa explicación no me convence. Más bien, me parece como muy probable que, en su origen, el modismo se acompañara de juntar los dedos indicando un tamaño bastante pequeño. Según eso, no estar “ni siquiera ahí” sería el equivalente a “me importa un comino”. Solo especulo, así que si alguien tiene otra teoría, mejor o peor, que avise.

lunes, 14 de julio de 2008

Territorio Snob: una crónica "sentimental"

Una de mis actividades es caminar. Es como que no me queda otra en las actuales circunstancias. Si quiero socializar con la gente, lo mejor es caminar. Mirar a los que van por la calle y sentir que, por un momento, los conozco a todos. Ya sabes como es eso. Los que lean esto casi seguro que ya lo habrán experimentado alguna vez.

Era un domingo como tantos. No recuerdo demasiado bien las circunstancias, lo mas seguro es que estuviera volado. Salí a la calle y caminé medio como un zombie, hasta el barrio Lastarria que, en el último tiempo, se me ha transformado en una especie de fetiche, si es que es posible traspasar características de objetos a trozos enteros de ciudad.

Me acordé de un amigo que trabaja en un “café literario” del lugar. Lo fui a ver. Se trataba de un local bastante afrancesado. Demasiado, tal vez. Con gente bien cuica haciendo cosas como conversar de arte, viajes exóticos y payasadas semejantes. Me fui directo al sector lectura. Mi amigo no estaba. Había otro tipo. Un chascón con aspecto no muy dado a la conversa. Leía con desesperación un libro, como si al otro día le fueran a tomar una interrogación oral. Así que me dediqué a la lectura también, y a beber un jugo.

Estuve bastante rato en ese ambiente refinado y al cabo de un rato yo mismo me sentía un burgués hecho y derecho. Pasé al baño y me miré en el espejo. Se me quitó de inmediato esa fantasía.

Cuando ya había leído mi cuota, salí a la calle. Caminé sin parar en dirección al centro. A medida que avanzaba la refinación era salpicada por puntitos de miseria y, finalmente, los puntitos crecían de tal manera que todo era segmento D y E, según CASEN. El peor de los momentos fue cuando, en una esquina, me tocó ver a un niño (no debe haber tenido mas de tres años) siendo asustado por unos pendejos de 10 o 12 años. La escena no era nada de agradable. Los pendejos simulaban pegarle patadas y luego se reían de él. Esas patadas iban dirigidas a su cara y se desviaban en el instante final, para terminar por golpear una cortina metálica. Tenían la tremenda bulla. Ponían al pendejo contra la muralla la cortina y continuaban el fusilamiento. El toque freak lo daba el maquillaje de los cabros más grandes: eran payasos de micro. Pensé en intervenir, pero se me adelantó un flaite. Eso para que no anden diciendo que los flaites merecen ser eliminados.

De pronto me acordé de los tipos que tomaban té con pastelitos en el café literario, con sus minitas rubias al lado. O esos viejos con aspecto de encumbradísimos e influyentes académicos. Seguro se imaginaban en una calle de París. Y luego tomarían sus cosas y partirían a sus casas en el mismo Lastarria, o en otro lugar, de mejor nivel aún, que implicaba viajar hacia arriba, hacia el sector ABC1, según CASEN. Pero jamás llegarían hasta San Antonio para ver esta escena. Después pensé que esa escena estaba reservada solo a mí, capaz de pasar de “disfrazado de burgués” a la realidad, capaz de cruzar esta especie de puerta. Después me acordé de ese programa de la tele “Bienvenida realidad”. Un programa que jamás va a mostrar la realidad tal como es. Y lo peor de todo: la gente pobre ve esos programas pensando que son problemas terribles e insolubles, y sufren por ellos, y quizá lloran, pero jamás se acordarán de sus propios problemas o los del vecino, que son infinitamente peores. Todo eso pensé hasta subirme a la micro que me llevaría a mi casa. La micro iba llena de gente “de escasos recursos” que trabajaba los domingos, cansados, tristes, apagados y cuya única felicidad era comprar un “cubanito” o una sustancia o un maní, cualquier cosa que fuera el símbolo de la felicidad.

miércoles, 9 de julio de 2008

El roto y el flaite

Es curiosa la analogía que existen entre estas dos palabras. Ambas se refieren a una cierta capa de nuestra población y que en ambos casos constituyen categorizaciones más o menos prejuiciosas de lo mismo: las capas populares de nuestra sociedad. Hacia el final del siglo XIX se empleaba en Chile la expresión “roto” para referirse a los miles de hombres comunes y corrientes que se habían enrolado sucesivamente en las guerras contra la confederación Perú-Boliviana y la Guerra del Pacífico. En aquella época el roto era un baluarte nacional, muchos le atribuyen al “roto” el triunfo en la guerra del pacífico. Tanto es así que se le construye una estatua en la Plaza Yungay, plaza cuyo nombre homenajea esta celebre batalla contra la confederación Perú –Boliviana. Sin duda que este homenaje llama la atención, el roto es el símbolo del pueblo, hacer una estatua al roto es como hacer una estatua al pueblo y es como hacer, al mismo tiempo una estatua a la esencia del chileno. Los anglosajones tienen un simil: la tumba del soldado desconocido. Con el correr de los años, la situación tuvo un giro completo: ya en la primera década del siglo 20 se consideraba que el roto era un sujeto carente de moral, costumbres y educación. Esto fue quedando registrado en el lenguaje, por lo demás. Hasta nuestros días, aunque ya es una palabra anticuada, roto significa ordinario.

El flaite, por su parte, en la época de finales del siglo XIX designaba a un vendedor ambulante, a un comerciante informal del mundo rural. En aquella época ser comerciante informal era lo usual. Como comenté en algún artículo anterior, muchas fortunas de este país surgen del comercio informal, es el caso particular de las fortunas de origen árabe. Al igual que con el concepto de roto el flaite se convierte, primero en un tipo de extracción popular y cuyas ocupaciones son robar y mendigar. Decirle a alguien que es un flaite es sinónimo de decirle que es un ladrón o por lo menos con pésimas costumbres. Por supuesto la categorización es también racial. El tipo de clase media, cuando ve a un sujeto de extracción popular, dado el escaso contacto que mantiene con los segmentos D y E, lo identifica de inmediato con un flaite, siendo que el tipo puede ser, por decir algo, un técnico o un obrero. El proceso de “estigmatización” que le llaman.

En Sicilia se ha dado un fenómeno parecido. Según Leonardo Sciascia, la palabra Mafioso designaba en un origen, al grupo de campesinos enrolados en el ejercito de Garibaldi durante la unificación italiana, a mediado del siglo XIX. Ya sabemos en que derivó el término.

Aquí llego a lo que a mí me parece capital en todas las historias de relaciones entre distintas capas de la sociedad: el desconocimiento que tiene una de la otra. El burgués, al declararse como tal, evita ciertas “juntas” y ciertas “relaciones”. Más aún las anula, de su lenguaje y de su esfera de conocimiento. Hay excepciones, por supuesto, pero de ellas hablaré en otra oportunidad.

martes, 1 de julio de 2008

Para amenizar: casi sin palabras

Entrevista realizada por Fernando Villegas, quien tuvo que rebajarse a hablar con un hombre corriente, a hacer un “vivencial”, un género periodístico bien nerd, que consiste en decirle a un tipo que no ha vivido ni una güeá : “anda a la calle a vivir”.

¿Está de acuerdo con el comportamiento de nuestros políticos?
Yo cacho que ...o sea...nosi... mmm...nosi...no poh, no na que ver, ¿cachai? No poh, niun brillo.

¿Existe dios?
Igual... ¡demás! o sea...tu cachai poh ¿ah? Demás igual, o sea yo cacho que no sé, yo cacho que igual de repente en una desas.

¿Cómo surgió el universo?
¿Ah? ¿en esa? Cha, la ondita...eris volao vo’ ¿ah?...la ondita... na que ver, la media volá, chia, la ondita.

¿Cree que el calentamiento global es irreversible?
Demás, ¿cachai? ...mmmm...¿me cachai? ¿ah?

¿Es chabacana nuestra televisión?
No si...¡Demás!... no sé poh, na que ver ¿ah? Niuna onda, na que ver o sea yo cacho que ¿porqué poh? ¿ah? Si na que ver ¿ah? ¡eeeeee! De repente igual.