miércoles, 20 de agosto de 2008

El Arribismo


Para surgir hay que mirar hacia arriba, dicen. Para surgir hay que olvidarse del entorno y tratar de lanzarse a la conquista. Para lanzarse a la conquista hay que ponerse el disfraz de lo que no se es. Hay que parecer un sujeto triunfador, dicen. Una opción para parecer triunfador es triunfar. La otra es disfrazarse de triunfador, para que los demás lo crean. ¿De qué sirve que los demás crean que uno es un triunfador? Se aplacan los conflictos internos. Ese es un beneficio. Los remordimientos de conciencia por no ser lo que quisimos. En mi opinión, es mucho mejor luchar por los sueños, aunque no se cumplan nunca. Pero no es fácil aceptar las derrotas. Hay algo peor: que no exista conciencia de que estamos derrotados.

El sistema “capitalista” (o como se llame el sistema) sabe de estas pequeñas frustraciones y derrotas del chileno promedio. Y crea un mercado bullente para todos estos triunfadores de pacotilla. Los expertos de la mercadotecnia tienen un nombre para referirse a ellos: se les llama los “aspiracionales”. Un eufemismo para “arribista”, sujeto que quiere llegar a una cumbre etérea de la que existe solo una imagen en su mente. Hay que ser francos con el aspiracional: puede que nunca sea capaz de representarse como es la vida de las élites. Puede que el aspiracional solo tenga ideas raras y equivocadas. No sé si existen encuestas sobre la imagen que los aspiracionales han construido de las elites. Pero doy un ejemplo: las elites tienen estudios universitarios, por eso el aspiracional también va a la universidad, aunque el puntaje no le alcance: para eso existe la variada oferta de universidades privadas que lucran con esos sueños. El aspiracional quiere ser profesional a toda costa. Pero es una ficción. En muchos casos solo logran acceder al “como si”. Viven “como si” todo fuera cierto. ¿Y qué pasa con el país? No necesita tantos profesionales.

Hay algo que el arribista detesta por sobre todas las cosas: su entorno natural. El fenómeno es análogo al ocurrido entre los judíos durante la segunda guerra: había judíos de primera y segunda categoría en los campos de concentración. Los más brutales en la tortura solían ser los guardias judíos cuya tarea era custodiar y castigar a los otros judíos, a los de segunda. De la misma forma el arribista es tremendamente agresivo con sus verdaderos pares y muy zalamero con “los de arriba”. Dentro de las agresiones a su entorno natural está su lenguaje despectivo: habla de “rotos”, “ordinarios” y, últimamente, flaites. “Piteate un flaite” es interpretable como una maniobra del arribismo que no solo pretende la burla sino que también la eliminación del entorno. El arribista deja de ser un roto para transformarse en un “aristócrata del barrio”. Cuando se aburre del feo barrio que le tocó vivir, se cambia a una comuna de bien donde debe extremar sus tácticas de simulación. Debe, también, aumentar sus deudas de manera descomunal.

1 comentario:

hipoceronte dijo...

Exacto. Son como la Doña Florinda.

Hay que incentivar la campaña del ABAJISMO. Menos, siempre menos.