martes, 13 de enero de 2009

El asistencialismo en "Viridiana", de Buñuel

Se supone que el asistencialismo es una especie de solución a la pobreza, dada por cierta vertiente católica. El asistencialismo se basa en la debilidad intrínseca del otro, como hipótesis de fondo. Pero eso no es así. El otro quizá puede ser más débil en el entramado de la sociedad completa, pero eso no quiere decir que sea débil dentro de la sociedad de parias (mendigos, inmigrantes, flaites, etc). Puede que sea el líder. Y si en una de las prácticas asistencialistas se le ha faltado el respeto al líder (en alguna sutil forma que el asistente desconoce) no le queda otra opción al “paria líder” que actuar de manera violenta con quien le da la ayuda. Está obligado por las reglas internas de la comunidad de parias. De lo contrario, su liderazgo está en juego. No sé si los asistencialistas realmente comprenden que podrían estar frente al peligro debido a este efecto.

La solución consiste en no asignar una debilidad intrínseca al pobre. Se requeriría una forma más democrática de acercarse. Una forma que tenga más relación “humana” entre los sujetos y con eso me refiero a una cierta consideración de igualdad. En rigor, no es que lo esté pidiendo yo. En rigor es una solicitud de los humanistas, desde muy antiguo. Lamentablemente, no es posible satisfacer la solicitud de buenas a primeras por una razón muy simple: la ambición. Me refiero a la ambición en un sentido amplio. El ambicioso, por definición, quiere “ser más”. Eso implica una cierta disconformidad con su estado, al que considera un estadio que debe dejar. Por lo tanto, en la base de la ambición existe una categorización social entre los que “son menos” y los que “son más”. Por supuesto, la ambición no es una cuestión de otro planeta o dictada por el otro mundo. Es algo que se halla en la mente de todos los seres vivos. Hay una cierta disconformidad esencial con el “estado actual”. No es algo que le pase a todos, le pasa solo a algunos. La estructura de la ambición es bastante geometrizable: el ambicioso está aquí, pero quiere estar allá. El allá lo considera (quizá luego de qué evaluaciones) un lugar mejor que el acá. Eso lo hace usar energía para realizar ese tránsito. Finalmente cuando llega al allá, si le alcanza la energía, puede desear moverse de nuevo. Esta ambición esencial del ser humano lo ha llevado a sobrevivir en situaciones de crisis, a salir de atolladeros. El ser humano, enfrentado, por ejemplo, a la aridez de su entorno ha optado constantemente por quedarse o por moverse.

Existen argumentos desde la biología que pueden justificar la ambición. Esto, de inmediato introduce una división social: por un lado están los que se quedaron “en” lo peor y los que habitan “en” lo mejor, los humanos del nuevo entorno del ambicioso. De esta forma, el que ambicionó puede desear volver al punto de origen a “ayudar” y en ese sentido se está empezando a ser asistencialista: se entrega un regalo, sin esperar nada a cambio, sin proponer la simetría en el regalo, y con eso se fomentan los primeros mendigos. Los que viven del regalo de otros.

Este es un punto importante y que no debe ser pasado por alto. Desde Levy-Strauss que el regalo es un elemento importante en las relaciones humanas. El regalo es la entrega, pero siempre se espera algo a cambio. Esta simetría es esencial en el concepto de regalo. Es esencial en el “empate” que observó Levy-Strauss en las sociedades frías.

Todo lo anterior me surge como corolario de la película “Viridiana” de Buñuel. La película trata, entre muchos temas, sobre las relaciones entre un grupo de mendigos y una mujer que los asiste desde la caridad cristiana. El asistencialismo es total. En una escena de la película se hace un poco la analogía, pero es muy fugaz. En ese asistencialismo es clave el hecho de considerar a los mendigos “pobres” (o “pobrecitos”, más bien) y débiles. Ellos juegan también ese papel en sus formas de ser y en su teatro: actuar de débiles es parte del oficio. Para la protagonista la realidad se vuelve muy dura cuando descubre que sus mendigos no son “pobrecitos” sino que pueden fácilmente llegar al crimen. Una criminalidad dirigida a ella misma, a la “santa” que “ayuda” desinteresadamente a los pobres.

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